Risco Blanco, la bestia que buscas

Hay barrancos. Y luego está Risco Blanco. Si te han vendido que en Sevilla no hay adrenalina que merezca la pena, es porque no has estado aquí. Esto no es una excursión, es una declaración de intenciones. Es el tipo de plan que le revienta la agenda al aburrimiento y le clava un piolet en el calendario. Porque sí, el barranquismo en Sevilla existe. Y no, no es para todos.
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Lo que no te cuentan… porque si lo hicieran, no vendrías
Primero, lo feo. Porque esto es Risco Blanco, no un parque temático con barra libre de selfies. Aquí se madruga. No por postureo, sino porque hay que recorrer 10 km de pista forestal en un entorno que la Junta de Andalucía cuida con celo de madre primeriza. Tanta protección que solo sueltan unos pocos permisos a la semana. Así que si estás leyendo esto, considérate un elegido.
La pista es más cabra que coche, así que si tu vehículo tiene más de coche urbano que de tanque, piénsatelo. Una vez allí, empieza la verdadera aventura: un pateo de media hora con todo el equipo a cuestas. Neopreno, casco, arnés, cuerdas, y tú con la lengua fuera pensando que esto de “conectar con la naturaleza” igual se te ha ido de las manos. Pero tranquilo, que cuando llegues al primer charco lo vas a entender todo.
Y al terminar, todavía queda una subida de 10 o 12 minutos que, con la adrenalina bajando y el cuerpo pidiendo caña, se siente como una especie de epílogo cruel. Pero justo ahí, cuando mires atrás, te darás cuenta de que cada gota de sudor valió la pena.





Agua limpia, silencio y ningún dominguero en chancletas
Ahora lo bueno. Risco Blanco es una experiencia limpia. El agua está fresca, transparente y sin ese tufillo raro que te hace dudar de meterte. Aquí te tiras sin pensarlo. Rodeado de una fauna que te observa desde arriba con una mezcla de curiosidad y juicio. Una colonia de buitres que probablemente no entienden por qué hay humanos descolgándose por paredes de roca, pero lo respetan.
Y ese respeto es mutuo. Porque este barranco no es para masas. Aquí no hay grupos de quince gritando, ni gente esperando turno como en una churrería. Risco Blanco es exclusividad natural. Las veces que nos hemos cruzado con alguien se cuentan con los dedos de una mano. Y aún te sobra uno para hacer la peineta a la rutina.
En cuanto al recorrido, es un festival de roca y agua. Cuatro rápeles potentes. Tres superan los 12 metros, y uno roza los 20. Uno más bajito, pero necesario: si lo ignoras, puedes acabar besando la piedra con más pasión que tu ex. Los dos primeros rápeles te reciben casi al entrar, precedidos por un par de saltos. Si te toca esperar mientras bajan tus compañeros, puedes entretenerte en el Charco Oscuro. No es una amenaza, es su nombre. Una poza profunda, ideal para saltar y recordar lo mucho que te gusta vivir.
Luego viene el “rápel resbaladizo”, una joya técnica que te lanza a otra poza monumental. Después, un tramo de ribera. Aquí cambia el rollo. Se abren los paisajes, hay natación, caminata tranquila y ese momento raro en el que te das cuenta de que estás sonriendo solo. Y cuando crees que ya está, que esto era todo, llegan los dos últimos rápeles. Uno de 12, otro que se acerca a los 20. Aquí no hay límite, solo gravedad y ganas de dejarte caer.
Esto no es un paseo, es un manifiesto
Risco Blanco no se vende, se gana. Es la prueba de que el barranquismo en Sevilla puede ser salvaje, técnico y absolutamente bestial. Si buscas selfies, ve al centro comercial. Si buscas historia que contar, empieza aquí.
Todo está medido: guías cualificados, seguridad, equipo profesional. No improvisamos. Aquí la aventura es seria, pero no solemne. Porque lanzarte por una pared de roca con agua en la cara no es solo un deporte, es una forma de decirle a la vida que no vas a pasar de puntillas.
Risco Blanco es barranquismo de verdad. Es Sevilla en su versión más cruda y natural. Es ese lugar que no conocías y que, después de probar, no puedes sacar de la cabeza. Porque te deja marcado. En las piernas, en la memoria, en las conversaciones de bar. Y en tu Instagram, claro, pero eso es lo de menos.
Así que si te aburres, es porque quieres.