Morir en Maturín… morir en El Alto

Minuto 84, y Raphinha se empina para cobrar un tiro libre. La pelota lleva en su vientre las esperanzas del venezolano, de todos sus habitantes que ya habían perdido la fe en vencer a Colombia. El tiro del jugador brasileño no toma la curva y va a anidar en los brazos del arquero boliviano. El dolor arrecia, la derrota estaba consumada.
La metáfora de una esperanza se había ido de viaje en aquel maldito balón que se negó a entrar en el arco de Bolivia. Vaya caída en dos ciudades, en dos países, en las almas de una Venezuela que por alguna vez creyó que en el fútbol podía estar representada. Las cosas han vuelto a su lugar: la muerte llegó en Maturín, la muerte llegó en El Alto. Fueron fantasmas que se creían espantados por los goles de Telasco Segovia, de Josef Martínez, de Salomón Rondón, pero que el seis a tres los revivió y no sabemos si para siempre…
Todos buscan culpables, todos miran hacia algún parte; casi todos hacia Fernando Batista, aquel director técnico que nunca entendió ni al jugador venezolano, ni al fútbol suramericano. Ni al fútbol. Bueno, dicen que “que la culpa no es del ciego, sino del que le da el garrote”. La culpa, como en Fuenteovejuna, es de uno y es de todos lo que tienen que ver con la caída. Las condiciones con las que le tocó trabajar y los primeros resultados hacían presagiar una campaña admirable, una clasificación al Mundial por vía directa y no por el atajo fácil ni los caminos equivocados de un repechaje de baja ralea. La Vinotinto fue de más a menos, y el martes en la noche, luego de la goleada vivida en Buenos Aires, se sentía en la piel la debacle ante Colombia. Pero como la ilusión es terca, como cuesta doblarle su nobleza, la gente esperó el partido del martes con el sueño maltratado, pero que aún no llegaba a ser una larga y atormentada pesadilla…
Ahora, ¿qué hacer?, ¿qué derivas tomará la Federación Venezolana para enderezar el árbol torcido? Ya probó lo que se podía probar, y quedó demostrado, otra vez, vaya que sí, que al fútbol venezolano solo lo entienden los venezolanos. Que Batista fue un injerto puesto ahí por emergencia ante la huida de Néstor Pékerman y por la tozudez de no elegir a un criollo de los buenos, de que los lo hay, los hay… No es un una subasta para ver quién sube la mano ofreciéndose, sino una elección sincera, con evaluaciones serias, para poner en el comando para un largo plazo al más capaz y que esté apartado de visiones políticas o personales que esta vez tanto daño hicieron. Y ese “más capaz”, por estar las autoridades ante tal dilema, podrá ser un técnico con ideas de renovación, que no mire para atrás y que tenga probada independencia. ¿Quién será?
Nos vemos por ahí.