Lamine: ¿hasta dónde llegarás?

Desde sus carreras, vueltas y sortilegios con el balón en las partidas en Mataró, ya se sabía. Aquel ingenio libertario, aquella actitud descomplicada que se le ve cuando se desprende por el lado derecho del campo y hace del juego un acto de circo, lo distinguen. Ah, y esa sonrisa en toda situación por enrevesada que parezca. Parezca para los demás, pero para el muchacho de diecisiete años, y nacido en Esplugas de Llobregat, Barcelona, no. Qué va. Se quita de encima zagueros adversarios que consigue en la espesura de la defensa y los va sorteando con chispas de artificio; es como si flotara, como si él no fuera de este mundo… es Lamine Yamal, el descubrimiento del Barcelona que anda en la boca de toda Europa.
Caramba, tan raro y exótico que es su nombre, su procedencia con padre de Marruecos y madre de Guinea Ecuatorial, y tan simple que hace el fútbol con sus fintas y su enloquecida pierna zurda. Es un prodigio no solo por su edad juvenil, sino también por su genio, tan raro, tan genuino, tan único, movido por los hilos invisibles como el de una marioneta que comienza a escribir su historia de luces…
Todo en él ha llevado el signo de la precocidad; ha abierto surcos en España y toda Europa con sus novedades. Debutó en su país a los quince años de edad, en la selección a los dieciséis, a esa misma edad inició su andar por la Eurocopa cuando marcó un gol a Francia, y con un año más, cuando cumplía diecisiete, anotó en el clásico ante el Real Madrid.
Atención: en toda esta gestión ha sido el primero de la historia, han sido sus “operas primas” con las que ha dibujado su impronta genuina. Bueno, y esto es apenas el comienzo de un andar que promete convertirlo en ídolo mundial. Se disfruta con la gracia sutil y velocidad de Vinicius y el arranque arrasador de Kylian Mbappé, pero desde la alineación del club de la Ciudad Condal emerge un carajito que enseña sus dientes, en sentido real y en forma metafórica, para disputarles el gran privilegio de la idolatría…
Los días que transcurren han visto renacer la afición por el fútbol nacional. Ya habituados a jugar a estadios vacíos, los equipos se entusiasman ahora con la presencia de aficionados en Maracaibo, Puerto La Cruz, Acarigua, y ni qué decir, en San Cristóbal. Aún no podemos hablar de llenos desbordantes, pero sí de gradas pobladas en las que se siente, reconfortante, aquel calor particular de la gente. Y este es un detalle mayor, que cambia la visión que se venía teniendo del desamparo sufrido por el fútbol venezolano. Aún falta Caracas, en la que el aficionado espera el resurgir de aquel equipo vencedor que por años arropó los corazones de la gran ciudad. Nos vemos por ahí.
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