27 octubre, 2025

La Vinotinto, Fernando Batista, verdades, extravíos y Maturín

La Vinotinto, Fernando Batista, verdades, extravíos y Maturín


Los ecos de los sucesos de Maturín aún resuenan.

Fernando Batista, la muchedumbre ansiosa, Telasco Segovia, Josef Martínez, Salomón Rondón. Epicentros de una historia contada y por contar, llena de verdades y supuestos, de extravíos y versiones de este margen del río y del otro lado de la frontera.

José Pékerman, reputado técnico mundialista con Colombia, llegó al país para rebotar ante lo que el argentino consideró “falta de condiciones para un trabajo a largo plazo”. Partió con rumbo a Buenos Aires, y ahí se comenzó a gestar la caída del “muro de Maturín”.

La Federación Venezolana, atada a preceptos más cercanos a la política que a una razón de trascendencia, prefirió tomar el camino por el atajo: ahí estaba un desconocido, el llanero solitario del abandonado cuerpo técnico de Pékerman, y a ese señaló la brújula sin oriente de las autoridades.

Y el hombre comenzó bien. Se oyeron voces de aliento, “ese era el tipo que necesitábamos”, “esta vez sí vamos a clasificar, y fácil”, y la clasificación al Mundial de 2026 dejaba de ser un espejismo del Sahara para transformarse en un hecho tangible. Dos empates ante Brasil, y uno ante Argentina y Uruguay y qué te cuento, Con Batista todo era posible, hasta entrar entre los cuatro primeros de Suramérica.

Pero las nubes comenzaron a tomar colores grisáceos, las derrotas, como ánimas de espanto, persiguieron a la selección hasta llegar el día fatídico ante Colombia. “A esa la podemos derrotar”, volvieron a decir, pero con voces apagadas, los optimistas que ya habían dejado su causa anímica a buen resguardo.

¿Qué fue lo que pasó aquella noche de nervios y ausencia de carácter? Batista, como en un acto de guerra, no quiso informarle a los jugadores al final del primer tiempo cómo marchaba el resultado del en El Alto: Bolivia 1, Brasil 0. A Venezuela le bastaba con el mínimo: vencer a los colombianos y el mandado estaba hecho. Pero, ¿no era mejor decirle a los muchachos cómo iban las cosas con los bolivianos? Según Batista, no, porque la información iba a desatar los nervios. Y tal vez sería cierto, pero había que probar y no suponer.

Si a la Vinotinto le faltó garra y aplomo para soportar el aluvión colombiano no había sido por la presencia de nervios; decir eso esa era una salida fácil para la embarazosa situación. Ahí, en aquellos momentos supremos flotaba en el camerino, en el partido, en los ánimos de los jugadores su falta de sangre para resolver el entuerto, el alud que llegaba. Tales cosas no han de pasarle a quien lleva el fútbol sembrado, quien desde el nacimiento ha respirado aquello que es parte de su cultura nacional, su cultura nacional misma. Otro suramericano siempre tiene en su memoria desde niño, el arco rival para el gol victorioso.
Son raíces de países donde el fútbol, una reverencia de vida, es mucho más que un deporte. En Venezuela no es así. Créanlo.

“Legado” del director técnico

Ha pasado mes y medio desde aquella jornada, aquella fecha culminada malamente cuando el por entonces entrenador se negó a dar declaraciones.

No quería hablar con los medios de comunicación porque sabía que su discurso, siempre escaso, siempre falto de conjugaciones de verbos verdaderos, iba a ser otro gol en contra. Sentado en Buenos Aires y a la vera de verdades a medias, habló de su “legado”, porque según él y contradiciendo la historia, “Venezuela nunca había estado tan cerca del Mundial”.

Sí, tan cerca, con siete cupos posibles y no cinco como era hasta entonces, y con una cantidad de puntos inferiores a los períodos de César Farías y Richard Páez; decir “Farías”, decir “Páez”, no cabían en su análisis.

Solo hablaba de su “gesta” fuera de toda posibilidad. Y la gente, mirándose a las caras y preguntando: “¿qué pasó aquella noche?”.



Fuente: Meridiano