Juegos como Anzoátegui – UCV son los que alimentan al fútbol

Pocas veces el fútbol venezolano premia a los aficionados con un partido repleto de tantas emociones, dinamismo y explosividad en ambos loados de la cancha, como el que protagonizaron el sábado Anzoátegui y UCV que culminó en un épico empate a cuatro goles.
De acuerdo a la óptica por donde se mire, el choque puede ser una muestra de ineficacia defensiva de los orientales, que tras controlar el juego a placer al sacar tres goles de ventaja en la primera parte, dejaron que el cuadro tricolor remontara; o puede ser también una exhibición de amor propio, temperamento y de esa búsqueda insaciable del arco rival que ha acompañado a Charlis Ortiz a lo largo de su prolífica carrera de implacable artillero.
El Anzoátegui de Leonardo González mereció llevarse un premio mayor por la soberbia exhibición en los primeros 45 minutos de dominio del balón, manejo de los espacios para encontrar soluciones en el ataque y de aplicación colectiva del trabajo táctico que ha inculcado su entrenador. El equipo dio una clase maestra de triangulaciones entre Franklin González, Pablo Rojas y Guillermo Marín para desbordar por los costados y definir con pases milimétrico para el jugador que cae en la zona brumosa, donde el rival pierde el orden y la marcación, como le ocurrió a UCV.
Tal vez no haya habido en esta temporada un primer tiempo mejor trabajado en el área rival, con más claridad, fútbol combinado y finura para lastimar que la que entregó el Anzoátegui a sus aficionados en Puerto La Cruz. Pero se relamieron por esa contundente demostración, probablemente olvidaron que los partidos duran 90 minutos o más, y el “Tigre” Ortiz se los hizo pagar. Con su ingreso, la UCV volvió a tener 11 jugadores en cancha y un delantero temible que se ha ganado su puesto en el fútbol nacional sin privilegios. Su juego aéreo y pericia en el área derrumbó la tibia defensa del Anzoátegui.
Gestó el primer gol del colombiano Juan Carlos Ortiz y luego convirtió un magistral triplete, coronando su gesta con un salto de NBA para cabecear en el cielo el tanto del empate a cuatro. Son este tipo de partidos peleados hasta el límite de las fuerzas los que crean afición, ídolos y llenan las tribunas de los estadios de fútbol.
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Leo González colocó su sello de calidad
El trabajo que ha hecho Leonardo González en el banquillo del Anzoátegui es para admirar y revela que no hace falta estar años sentados en un banquillo para lograr que un equipo asimile con rapidez e inteligencia las ideas del cuerpo técnico. Leo armó un equipo de la nada. Apenas si pudo realizar una pretemporada a toda carrera y sin muchos partidos de fogueo, lejos del estadio José Antonio Anzoátegui que estaba vedado para los entrenamientos del equipo, en virtud de que era la sede de los Juegos Deportivos Nacionales de Oriente.
Pero con todo los factores en contra, el Anzoátegui debutó esta temporada en primera división enseñando que cuando hay sabiduría en el banquillo se pueden reducir las diferencias y competir con éxito. El cuadro oriental es uno de los equipos que llena los ojos de los aficionados por su fútbol a ras de piso, el juego asociado de pases a un toque y sus acciones tan finamente bordadas para traducir en goles sus posesiones. Hay técnicos que prefieren otros caminos menos estructurados para conseguir el objetivo de ganar y también tienen sus méritos. Al fin y al cabo las victorias son las que sostienen el trabajo de los entrenadores.
Pero si hay que elegir entre la prolijidad y el fútbol directo, nos quedamos con el atrevimiento de Leo González para dotar a sus equipos de una diversidad de respuestas a la hora de pisar el área rival, siempre apostando por el manejo del balón y la calidad, sus sellos.
El mejor Charlis Ortiz es el que se echa el equipo al hombre sin gestos obcenos
Todo el mundo del fútbol venezolano sabe que Charlis Ortiz es un jugador temperamental, un tipo al que le sobran agallas para luchar cada balón en el área y dejarse el pellejo por el equipo al que le toca defender. Es lo que ha hecho a lo largo de sus 16 años de carrera en el fútbol profesional, que se inició en Angostura y lo ha llevado a brillar con todos los equipos que ha defendido en Venezuela, ganando títulos y copas Venezuela con Deportivo La Guaira, Metropolitanos y Mineros. Su centena de goles son muestra de la eficacia que tiene en el área, donde ningún defensa puede descuidarse, cuando el “Tigre” merodea con sus garras afiladas para devorar a sus presas.
Por eso, resulta innecesario en un jugador de su experiencia y celebrada jerarquía los gestos de procacidad en la cancha, tratando de demostrar lo que es cosa sabida desde hace años: que tiene cojones de sobra para remontar un partido perdido, luego de un primer tiempo memorable donde Anzoátegui le pegó una zaranda a la UCV, moviendo el balón de un lado a otro, jugando siempre a un toque para desacomodar a la zaga y encontrar el espacio por donde generar peligro y goles.
Pero la exhibición de pundonor de Ortiz quedó empañada por unos segundos de intemperancia, de súbita explosión de una rabia contenida, motivado tal vez por esa mezcla de sentimientos en la que se agolpan su floja producción en este semestre y el hecho de verse relegando al banquillo de suplentes para ceder el puesto a una promesa como Alexander Granko, que sigue en debe con cero goles en dos temporada con la UCV. Sean las razones que fueren, el mejor Ortiz es el que se pone al equipo al hombro y resuelve en el área. Ese el “Tigre” que todos celebramos cuando ruge.