compartir un viejo Citroën ZX

“Es automático, tiene un código para poder encenderlo y hasta un radio-cassette”. Este viejo Citroën ZX azul con matrícula parisina era en su día una versión de gama alta. Hoy, lejos de jubilarse, se ha convertido en el coche de un pequeño pueblo galo de 660 habitantes.
En Pont-de-Barret, a la puertas de la Provenza, una treintena de habitantes comparten ese Citroën ZX. Más que una versión rural del concepto de coche compartido que vemos en las grandes ciudades, como son Guppy o Wible, o en algunos pueblos de España de la mano de Hyundai ViVe, se trata de una solución de movilidad ideada por los vecinos de un pueblo para el pueblo, situado en el equivalente galo de la España Vaciada, frente a la falta de transporte público.
El coche del pueblo, literalmente
No es un fenómeno exclusivo de España, en casi toda Europa, fuera de las grande urbes el transporte público es una rara avis. A menudo sin trenes y con autobuses que pasan cuatro veces al día, son regiones en las que sin coche, o moto, no se puede hacer nada.
Es el caso también del pueblo de Pont-de-Barret, a 25 km de Montelimar, en la Provenza y en la Diagonal del Vacío, el equivalente francés de la España Vaciada. Cinco amigos y vecinos del pueblo decidieron poner remedio y ofrecer, sin ánimo de lucro, un coche compartido para la gente del pueblo.
“La idea surgió de una observación: por un lado, muchos coches del pueblo permanecían en el garaje y, por otro, algunos habitantes no tenían vehículo. ¡Y aquí solo hay un autobús al día! Nos interesamos por las iniciativas de coche compartido y, muy pronto, nos lanzamos a la aventura”, explica Xavier Charles, uno de los creadores de la iniciativa.
El coche, no lo compraron, sino que fue un regalo del abuelo de uno de ellos. Y es todo un éxito en el pueblo. De media, los vecinos lo usan dos o tres veces por semana. En el caso de algunos usuarios, les ha permitido ahorrar al desprenderse de su coche.
Y no es que acaparen el coche, sino que sólo lo usan cuando hace mal tiempo o deben ir a la ciudad, por ejemplo. O incluso viene bien puntualmente, cuando hay que dejar el coche en el taller por la razón que sea y hay que seguir yendo al trabajo.
Que sea sin ánimo de lucro, no implica que sea gratis. Cuesta unos 25 céntimos de euros el km, un precio que toma en cuenta la gasolina y el mantenimiento del coche. El sistema para guardar rastro de todos es de lo más analógico. Cada usuario apunta los kilómetros realizados, así como lo que le ha costado la gasolina en caso de repostar. Desde finales de noviembre de 2021, el coche ya ha recorrido 24.000 km.
Los usuarios se organizan vía un grupo de Telegram. Para abrir y arrancar el coche, hay que acudir al centro neurálgico de todos los pueblos: el bar. “El protocolo es muy sencillo: la llave del coche está en el bar del pueblo, que abre de 7 de la mañana hasta las diez de la noche”, dice Xavier.
Esta iniciativa ha calado en la región. En el pueblo vecino de Crest, son los particulares los que prestan sus coches, hay hasta ocho coches en rotación, y hay algo más de cuarenta usuarios.
Para algunos usuarios, el uso compartido del automóvil es una manera de acceder a la libertad de movimiento que da un coche sin infringir sus principios ecológicos. Si bien la huella carbono no se reduce en términos absolutos, se puede considerar que se ahorran la huella carbono de 10, 20 o 40 coches más en circulación.
Pero es sobre todo una respuesta a un hecho impepinable en la gran mayoría de zonas rurales: el coche suele ser indispensable en estas zonas, donde la oferta de transporte público es más que reducida.
Imágenes | Le Nouvel Obs