Cañones en el Mediterráneo – Líder en deportes

Ningún partido es igual a otro. Ni siquiera parecido.
Como el de París que enfrentó al París Saint-Germain con el Arsenal si lo ponemos en la misma mesa con el del Barcelona-Inter, o jugando a la imaginación, con el que va a venir, que con “cañonazos y “combates” en alta mar promete una batalla sin igual.
Porque verse a las caras italianos y franceses es el anuncio de algo singular, visto en otras áreas del quehacer cotidiano pero menos en un campo de fútbol. Balón a balón, Jugada a jugada, Palo y palo en todo el campo.
¿Qué tuvo de particular el lance de catalanes e ítalos que no se vislumbró en el de franceses e ingleses? Pues su entrega generosa, su renuncia a los trajes a la medida de los esquemas tácticos. Y también, por la posibilidad de movimientos que hicieran cambiar su destino: ¿qué tal si el Barsa hubiese regulado el partido después del gol de Raphinha en el minuto 87 que le dio la ventaja? Son instantes de gloria y de miseria que no se vieron en el otro partido, de más estudio, de más cabeza, y tal vez de menos corazón y osadía.
Pero más que todas estas consideraciones, en el fondo de las eliminatorias quedó la evidencia de que el fútbol, por ser fútbol y escenario de lo inesperado, desde sus entrañas y de lo impensado surgen héroes sin rostro. Y, como complemento, que puede borrar desde sus íntimos recuerdos a los nombres sonoros de ídolos salvadores. ¿Dónde dejó el Barcelona para su actuación memorable a Lionel Messi, a Neymar? ¿Y dónde dejó el París Saint-Germain para vencer y llegar a la gran final a Messi, a Neymar y a Kilyan Mbapé? ¿Dónde?
El fútbol, pues, levanta estatuas y derriba leyendas. Desde esa perspectiva, ahora se enfila hacia un partido de decisiones poco esperada, con dos equipos sin mayores aspiraciones desde una óptica soñada, aquella que espera que un jugador haga el milagro, que meta “la mano de Dios” como Maradona en el Mundial 1986. El Inter-París Saint-Germain podría ser un episodio de grandezas, sublime, y ya ven, sin la presencia de aquellos tipos de auras rutilantes que la competencia entre los medios de comunicación y la publicidad desmedida los ha hecho ver como superhombres.
El Inter fue un equipo de jugadores convencidos de que lo más importante es saber capitalizar las pocas oportunidades que el fútbol ofrece; el Barcelona que hipnotizar a la grada también tiene un valor, así la verdad-verdadera la conduzca a caminos que no llevan a ningún lado. El Arsenal que no basta con jugar bien, sino que hay que llegar a un estado de madurez que solo dan los tiempos y los partidos. El París que también se puede derrotar a la historia y demostrar que en el fútbol todo es posible.
Entonces, listos. El 31 de este mes Munich será, lejos del mar, de cualquier mar, la puesta en escena de la batalla del Mediterráneo. Un mar que, italianos y franceses, bien conocen.
Vieja y nueva escuela
Recordamos, en aquellos remotos años 60, al Inter de Milán en el estadio Olímpico ante el River Plate. Había curiosidad por ver qué era aquel “catenaccio” del que se solía hablar en las informaciones internacionales. Desde la grada se miraba a un montón de camisetas azules abigarradas en el área, con la disposición de no dejar pasar ni siquiera al más avezado de los atacantes rivales.
Años después, y ya en la era de la imagen en la televisión, seguimos con atención el “toque y toque” a veces embriagante, a veces en los límites del fastidio, del Barcelona de Joseph Guardiola.
Hoy interistas y catalanes conciben el juego de otra manera, porque el fútbol, como tantas cosas, ha sido arrastrado por los huracanes de la modernidad.
La nueva escuela marca los caminos… hasta que surja en el horizonte otra manera de evolucionar en los campos del mundo.