Un invento muy loco permitió hace más de 70 años que un camión te pasara por encima sin hacerte daño. Hoy mueve a la industria petrolera

En la historia del automóvil hay inventos que parecen sacados de la ciencia ficción, pero que terminaron teniendo aplicaciones tan serias como inesperadas. Uno de ellos son los ‘Rolligon’: unos neumáticos descomunales de baja presión que nacieron de una observación aparentemente sencilla en Alaska y que, décadas después, siguen siendo vitales para la industria petrolera.
La chispa la encendió William Hamilton Albee, un maestro estadounidense que en 1935 presenció cómo un grupo de inuit sacaba una barca cargada con toneladas de carne usando odres de piel de foca inflados como rodillos. Esa imagen quedó grabada en su mente hasta que, en 1951, ya en California, decidió recrear la idea con materiales modernos.
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De la inspiración inuit a un invento único en la industria
Lo que Albee diseñó fueron enormes sacos cilíndricos de nailon y caucho, inflados a una presión bajísima (apenas 5 psi frente a los 30-35 de un neumático convencional). La clave estaba en que esa superficie tan blanda y deformable repartía el peso del vehículo y absorbía obstáculos en lugar de rebotar sobre ellos. Según la revista Life magazine, ser atropellado por un Rolligon era como recibir “un masaje enérgico”.
De hecho, el propio Albee posó en más de una ocasión siendo pasado por encima por vehículos equipados con Rolligons, una campaña publicitaria tan impactante como eficaz. La foto más célebre fue la de una mujer sonriente bajo un Chevrolet Albee Rolligon de siete toneladas publicada en Mechanix Illustrated en 1957.
El Ejército estadounidense fue su primer gran cliente: necesitaba vehículos todoterreno capaces de moverse en la guerra de Corea. Así nacieron Jeeps, camiones REO y Dodge Power Wagons con Rolligons. Aunque su rendimiento sorprendió, los costes eran demasiado altos y en 1960 Albee tuvo que vender su empresa.
La patente pasó a manos de John G. Holland, que trasladó la producción a Texas bajo el nombre Rolligon Corporation. Allí surgieron modelos como el 4450 Marsh Skeeter, ligero, anfibio y maniobrable, y más tarde el 6650 6×6 con ruedas gigantes de más de metro y medio de ancho.
A finales de los sesenta, la industria petrolera vio en el Rolligon la solución perfecta para transportar suministros en el frágil ecosistema del North Slope, en Alaska. Los vehículos equipados con estos neumáticos apenas ejercían 2-3 psi de presión sobre el terreno, lo que les permitía atravesar tundra, nieve, marismas y arena sin dañarlos.
Crowley Maritime Corp. fue la empresa que más los explotó: desde 1975 ha operado decenas de unidades que aún hoy transportan combustible, maquinaria y hasta plataformas de perforación. Los apodaron “barcazas terrestres” por su capacidad de carga y por lo lento de su avance: rara vez superan los 32 km/h, pero pueden mover hasta 30 toneladas sin necesidad de carreteras.
Un invento tan extraño como genial que resiste al tiempo


La llegada del GPS revolucionó la navegación de estas máquinas, que siempre viajan en pareja por seguridad. Según Crowley, cada año sus Rolligons mueven más de 7,5 millones de litros de combustible sin incidentes. En los últimos años, la compañía ha invertido en modernizar motores y transmisiones para reducir consumo y emisiones en un 33 %.
Hoy, la marca Rolligon pertenece a National Oilwell Varco (NOV), proveedor de equipos para petróleo y gas con sede en Texas, EEUU. Sus neumáticos siguen fabricándose, y aunque otros fabricantes han intentado copiar el concepto, pocos igualan su capacidad para trabajar en entornos extremos sin arrasar el ecosistema.


De una simple observación inuit a convertirse en parte indispensable de la industria petrolera, los Rolligons son un ejemplo perfecto de cómo la inspiración más inesperada puede acabar cambiando el rumbo de la tecnología. Y, de paso, demostraron que ser atropellado puede llegar a ser… sorprendentemente agradable.
Imágenes | British Pathé, Life Magazine, My Footage