19 mayo, 2024

De Black Lives Matter a Donald Trump en cuatro años. La F1 no quiere ser el «deporte woke» en EEUU

Parece que fue ayer cuando Lewis Hamilton arrastraba a la mayoría de pilotos de Fórmula 1 a arrodillarse durante el himno nacional. El Mercedes era negro en solidaridad con el Black Lives Matter, Sebastian Vettel lucía la bandera del orgullo gay en Hungría y el lema #WeRaceAsOne era el mantra de la Fórmula 1.

No han pasado ni cuatro años de todo aquello y ya no queda nada. Más bien, y por paradójico que parezca, la Fórmula 1 había encontrado en esa, un tanto impostada, defensa de los derechos civiles una barrera en su expansión por los Estados Unidos. Y en el pasado Gran Premio de Miami encontraron al mejor remedio: Donald Trump.

Donald Trump en Miami fue la legitimación de la F1 ante la otra mitad de los Estados Unidos

En plena pre campaña electoral en los Estados Unidos y a solo seis meses vista de las elecciones, a muchos sorprendió que Donald Trump fuese el invitado VIP estrella de la Fórmula 1 para el Gran Premio de Miami. Trump se paseó especialmente por el box de McLaren, con la suerte además de que el equipo papaya ganó su primera carrera en tres años y se pudo hacer la foto con el ganador, Lando Norris.

Preguntados por la inesperada presencia de Trump, todos los interesados se han desentendido. Según McLaren, fue la FIA y la Fórmula 1 quien le invitó, solo que «eligieron a McLaren como representante de la Fórmula 1». Además, el equipo se ha encargado de recalcar que ellos son una «organización apolítica».

La FIA y la Fórmula 1 tampoco se terminan de aclarar sobre quien invitó al ex, y quien sabe si futuro, presidente de los Estados Unidos. La respuesta es más sencilla. Nadie quería salir en la foto al lado de Donald Trump, pero a todos les interesaba que estuviese allí. Porque Trump fue a Miami a resolver un problema político de la Fórmula 1.

Norris Trump F1
Norris Trump F1

Y es que la cacareada expansión de la Fórmula 1 por los Estados Unidos se había visto frenada ya hace un tiempo por un motivo: parte de la población estadounidense veía la Fórmula 1 como un campeonato europeo ‘woke’, el término de moda entre la mitad trumpista de los Estados Unidos, la cuál prefiere la IndyCar y, sobre todo, su vieja NASCAR.

Sobre cómo puede ser ‘woke’ una competición de multimillonarios que representan a multinacionales automovilísticas que básicamente se dedica a quemar combustible por placer mientras legitima regímenes atroces como los de Arabia Saudí, Azerbaiyán o Catar es algo que ya es más difícil de explicar.

Lo dicen las encuestas. La Fórmula 1 triunfa en estados tradicionalmente demócratas como California o Nueva York, y también en algunos con alta presencia hispana como Florida. Pero en el núcleo duro de la América profunda no solo se la ignora, sino que se la percibe con desprecio, como una amenaza a la IndyCar y la NASCAR. Sociológicamente, parece evidente que este último perfil es más propenso a ver carreras de coches que el primero.

La presencia de Trump en Miami fue una legitimación de la Fórmula 1 ante su público, aunque eso generase situaciones tan incómodas como el vídeo filtrado en el que el mexicano Sergio Pérez se cruza con Trump por un pasillo y huye corriendo por un costado evitando el encuentro. El cruce entre Hamilton y Trump, si es que se dio, nos quedamos sin verlo.

El caso es que en solo cuatro años la Fórmula 1 parece haber desmontado definitivamente todo lo que tenga que ver con el #WeRaceAsOne y se ha echado a los brazos de Donald Trump, a quien las encuestas sitúan con serias opciones de volver a la Casa Blanca a partir de enero del año que viene.

Y es que podrán cambiar los propietarios, pero lo que no varía en la Fórmula 1 es la tendencia a arrimarse siempre al sol que más caliente.



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