19 mayo, 2024

Visión de juego | Maradona, la vida y recuerdos que se agolpan de sus hazañas


Cuando muere una figura legendaria del deporte, con el que crecimos admirando sus hazañas en el terreno de juego, como Diego Armando Maradona, un pedacito de nosotros también se apaga silenciosamente. El Pelusa era un ícono de mi generación.

Toda nuestra juventud estuvo vinculada desde la distancia a esa zurda magistral de la que supimos por primera vez en el Mundial sub-20 de Japón 1979, cuando conquistó para Argentina la Copa del Mundo.

Después lo vimos fracasar en el Mundial de España 1982. Era la época en la que corríamos como posesos desde el entrañable liceo Carlos Soublette, en San Barnardino, hasta nuestro apartamento en Pedro Camejo, en Sarría, para no perdernos ni un solo partido del Pibe de Oro, que llegaba a la cita como el sucesor del Rey Pelé. Pero fue expulsado en la derrota ante Brasil y quedó en deuda con todos los que creímos que su zurda era de otro mundo.

Luego quisimos que triunfara en el Barcelona, donde confiábamos que sería el heredero del holandés Johan Cruyff; pero la hepatitis, el brutal hachazo del carnicero del Athletic Club de Bilbao, Andoni Goikoetxea, que casi lo saca del fútbol, y las pésimas relaciones con la directiva azulgrana, acabaron con la aventura española del Pelusa.

Y transitábamos por las aulas de las Escuela de Comunicación Social de la entrañable Universidad Central de Venezuela, cuando frente al televisor de una atestada tasca en Sabana Grande, Maradona demostró que era la quintaesencia del fútbol, con su picardía de la Mano de Dios y anotando la madre de todos los goles, al superar cinco defensas de Inglaterra para el 2-1 en el Mundial de México 1986, en su consagración definitiva como único amo del balón en el planeta fútbol.

Ahora se nos viene a la memoria aquellos domingos sagrados de fútbol italiano, en la voz profunda de don Pedro Zárraga. A las 10 de la mañana, cuando todo estaba listo para ver jugar a Maradona con el Nápoli, los puntuales testigos de Jehová llamaban a la puerta para ofrecer el testimonio de su fe.

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Dios terrenal

Pero a esa hora sagrada el único dios terrenal que ejercía a cabalidad su oficio en la tierra era Diego Maradona, que cada jornada convertía al marginado club del sur de Italia en un equipo invencible, a punta de gambetas, pases inconcebibles y goles extraterrenales, porque el prodigio de su pierna zurda no era de este mundo.

Años después, cuando en una de sus visitas a Venezuela, nos tocó organizar con el Ministerio del Deporte la clínica de fútbol que Maradona dictó en el estadio Brígido Iriarte, donde estrechó su amistad con el presidente Hugo Chávez y su solidaridad con Venezuela. Allí conocimos al ícono mundial, que se entregó en cuerpo y alma a compartir el magisterio de su talento con los cientos de aficionados que llenaron el viejo estadio de El Paraíso.

Compromiso ocho estrellas

Así fue como surgió una nueva admiración por el Maradona comprometido.

El futbolista que había denunciado a los amos de la Fifa y la Conmebol, que pedía un sindicato para proteger a los jugadores, también alzaba su voz para pedir respeto por Venezuela. Mientras que atletas criollos volteaban la bandera en apoyo a una intervención militar extranjera, Maradona salía al campo, en su plan de entrenador, con una gorra tricolor de ocho estrellas, para ponerse del lado del pueblo llano, que sufre el bloqueo y las amenazas de Estados Unidos.

Y, además, se ofrecía como soldado para pelear en la vanguardia por el derecho a la autodeterminación de Venezuela. Ese Maradona será un héroe legendario y eterno.

Cuando Venezuela tuteó a la albiceleste en el estadio Pueblo Nuevo

Uno de los mayores recuerdos de Maradona es la de aquel enfrentamiento con la selección de Venezuela en el estadio Pueblo Nuevo de San Cristóbal, en la eliminatoria para el Mundial de México 1986. Aquella Vinotinto comandada por el maestro Walter “Cata” Roque se plantó firme en el estadio Pueblo Nuevo de San Cristóbal y puso a sudar a la albiceleste en un partido que por mucho tiempo fue sinónimo de entrega y capacidad de la Vinotinto para pelear con los gigantes de Suramérica.

Nelson Carrero, el hoy abogado y candidato a dirigir la Federación Venezolana de Fútbol, fue el símbolo de esa selección nacional. Le tocó la tarea hercúlea de perseguir a Maradona, impedir que maniobrara a sus anchas y anotara goles. Y aunque el Pibe hizo dos goles, ninguno surgió de una de sus soberbias jugadas individuales. Anotó con un remate de cabeza en un descuido de los zagueros y con un tiro libre.

Al terminar el juego, Maradona alabó la labor del volante caraqueño y dijo que Carrero lo había marcado con absoluta limpieza. Sobre aquel partido memorable en Pueblo Nuevo, Carrero siempre recuerda la hidalguía de Maradona para animar a la Vinotinto.

“Nos repetía que no nos rindiéramos, que no bajáramos la guardia, que siguiéramos luchando hasta el final. Fue un gesto muy noble de un jugador que iba camino a convertirse en uno de los dos mejores futbolista de la historia de este deporte, junto al Rey Pelé”.

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Fuente: Líder en Deportes