20 junio, 2025

Manual de la experiencia Carlos Alcaraz: siéntate y lee

Carlos Alcaraz. Fuente: Getty

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Debo reconocer que siempre he tenido un problema con Carlos Alcaraz. Un problema, claro, que se exacerbó con la publicación de su documental en Netflix. Recibió críticas, halagos, desnudó dinámicas de su equipo de trabajo, le expuso (quizás demasiado) a los ojos de todo el mundo y planteó una pregunta que quizás jamás se había planteado de forma tan abierta y honesta: ¿se puede ser el mejor de todos los tiempos sin pensar en tenis las 24 horas del día?

Analizamos sus palabras una y otra vez en un momento, además, de extrema fragilidad: Carlitos venía de perder en Miami de forma estrepitosa, confirmando las que quizás eran sus horas más bajas desde que llegase a la élite, confeccionando partidos que se convirtieron más bien en gritos de auxilio: ‘tiempo muerto’. Mientras el mundo se debatía sobre la imagen de Carlos, en el peor momento posible, el problema resurgía y se quedaba sonando en mi cabeza durante varias horas. 

¿Dónde colocar las expectativas sobre este chico? ¿Cómo no ilusionarme con lo que he visto y, a la vez, no decepcionarme con lo que también he visto? ¿Cómo debo tratar a un fenómeno que rompió todas mis expectativas desde verle jugar en Futures y Challengers, de cuyo potencial soy tan consciente? ¿Soy un mal profesional si le critico tras una actitud reprochable en pista sabiendo que ha hecho historia con 21 años? ¿Debo ser duro con él por el talento que tiene o debo aceptar que lo dosifique si a él le apetece?

Dudas y más dudas. Preguntas y más preguntas. Algunas se fueron aclarando conforme avanzaban las semanas. Montecarlo, Roma. Roland Garros. Tres bolas de partido en contra. Se para el mundo y, a la vez, también se para mi cabeza. Ya no dudo.

GENIOS Y LÍMITES

Carlos Alcaraz es un elegido. No es una hipérbole. Es difícil no equivocarte cuando vives de cerca la carrera de un genio desde sus inicios. Cuando le vi levantar el trofeo de campeón, al lado de su familia, renuncié a castigarme por equivocarme tantas y tantas veces. Todos los hacemos, somos humanos. Él también. Encontré una cierta paz mental, la misma que él tuvo en su cabeza en ese 0-40.

Mis sensaciones comenzaron a alinearse con el Carlos que vi en pantalla acudiendo a fiestas ibicencas. Llámenlo resultadismo: qué fácil es empatizar en la victoria, qué fácil es celebrar en el triunfo y qué difícil relativizar en el fracaso. Entendí, sin embargo, que lo que acababa de ver era la experiencia Carlos Alcaraz al completo. Se había desesperado ante la aparente falta de lagunas de su oponente. Se había empeñado en superarle por aplastamiento, cabeza erguida, suficiencia total. Quería ganar por orgullo y no por cabeza. 

Y cuando estuvo a punto de certificar su derrota, lo vio todo claro. Lo vi todo claro. Apareció la paciencia. También el extásis. La variedad. El maremoto. Se alinearon los planetas, y en el supertiebreak Carlos Alcaraz entró en la Matrix. Imperfección, belleza y fuerza. Un recordatorio de lo que es la vida misma, o la vida que merece la pena vivir, esa en la que felicidad y tristeza tienen una íntima relación que elevan a la enésima potencia sus respectivas intensidades.

Dejé de pensar en ponerle límites a Carlos Alcaraz, expectativas numéricas. ¿Quiere desconectar en Ibiza o jugando al golf durante dos meses? Que lo haga. ¿Se ve incapaz de mantenerse en la Matrix durante los cuatro Grand Slams del año, no puede aguantar el ritmo hasta llegar a las ATP Finals? Perfecto. ¿Eso significa que nos vamos a perder por el camino a un posible candidato a mejor jugador de la historia? Me la trae al pairo.

Si eso permite a Carlos Alcaraz ser Carlos Alcaraz, estoy dispuesto a pagar ese peaje. Si gracias a eso hay un tipo dispuesto a homenajear al tenis, desplegando el abanico de recursos más amplio del circuito, con una sonrisa en la cara y la constante sensación de estar a punto de saltar del sillón por un golpe imposible, la transacción será beneficiosa. Porque el tenis es emoción, imprevisibilidad y carisma, y este chico firmó el contrato de términos y condiciones para ser un genio… y a los genios no hay que ponerles límites ni cercarles con barreras: apenas horas de su inspiración saciarán nuestra sed de entretenimiento. Y la mía, si Carlos ha decidido que esta es su manera, está más que saciada. No más preguntas ni dudas, señoría: vivamos y disfrutamos de su manera, sin pensar en el qué podrá ser o el que fue, y nuestro presente será tan pleno como las 5 horas y 26 minutos de la jornada de ayer. 

Aunque pecaremos, porque somos humanos, y volveremos a dudar y a exigir. Y ahí, espero, entraré a leer estas palabras y confiaré en que el próximo espectáculo está cerca. Muy cerca.



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